PEQUEÑAS INFAMIAS: ¿QUIÉN TEME AL ABOMINABLE HOMBRE DE LAS 9?. XLSEMANAL 992 - CARMEN POSADAS
(Antepongo el artículo de Carmen Posadas, para mejor comprensión posterior de mi comentario personal)
Como sudaca que soy, una de las cosas que más me llamaron la atención al llegar a España fueron sus horarios. Por ejemplo, a las cinco de la tarde, cuando en la mayoría de los países terminaba la jornada laboral, aquí recién comenzaba la actividad vespertina. Además, como para mi desgracia ahora tengo problemas para conciliar el sueño, el hecho de que aquí las salidas nocturnas acaben como mínimo a las dos de la madrugada me ha granjeado una merecida fama de rollazo, puesto que me gusta quedar tempranísimo. En dos palabras: si fuera tío, seguro que me llamaban el abominable hombre de las nueve. Ésa es la razón por la que (y sé que al decirlo voy en contra del sentir de la mayoría de las personas) soy ferviente partidaria de la racionalización de los horarios. Cuando España estaba jugando los Mundiales de Fútbol en Alemania, recuerdo la befa de los comentaristas deportivos sobre las costumbres horarias europeas: «Nuestros pobres muchachos –decían ellos compadecidos– han tenido que meterse entre pecho y espalda un platazo de espaguetis a la inaudita hora de las doce del medio día; así no hay quien rinda luego». Bueno, tal vez las doce del medio día sea «una hora inaudita», pero más inaudito me parece a mí, por ejemplo, que las discotecas no empiecen a animarse hasta las dos de la madrugada. Según he podido enterarme leyendo una interesante entrevista a Ignacio Buqueras, que preside una comisión para armonizar nuestros horarios con los europeos, antes de 1930 los horarios españoles no diferían de los de aquéllos: se almorzaba entre las doce y la una y se cenaba de siete a ocho de la tarde. El cambio vino con la guerra civil y las razones –aún no muy estudiadas– quizá puedan estar en las dificultades de la posguerra y, sobre todo, en el pluriempleo. Pero es curioso que ahora, cuando España es uno de los países más prósperos del mundo, los españoles sigan siendo los que cumplan alrededor de doscientas horas más de trabajo al año. Muchas de ellas no remuneradas, porque existe una ley tácita que impide que uno se marche antes que el jefe, y si el jefe se queda hasta las nueve… La precariedad laboral hace que nadie se atreva a reivindicar sus derechos. Ni los empleados ni el jefe. Porque éste está haciendo buena letra para complacer a sus superiores; sus superiores por su parte alargan la jornada para dar buen ejemplo, y así resulta que de cinco a nueve todo el mundo trabaja gratis. Hay que decir, además, que, a pesar de que en España se trabajen más horas, nuestra productividad es baja y en la Unión Europea somos los terceros por la cola, superados sólo por Grecia y Portugal. En otras palabras, se da más valor a la presencia que a la eficacia. Hay situaciones en la vida que, por estrafalarias, injustas e irracionales que sean, nadie parece cuestionar. Por eso me interesa mucho qué piensa hacer el Gobierno con la proyectada Ley de Igualdad y Conciliación Familiar. Es evidente que unos horarios más racionales redundarían en beneficio de todos y, en especial, de la familia. Se habla mucho de los llamados ''niños del llavín'', esos a los que sus padres proporcionan una llave de casa para que puedan subir, hacerse la merienda y luego apoltronarse ante la tele o la PlayStation. Se habla de la falta de comunicación y de padres –y sobre todo madres– con complejo de culpabilidad por estar ausentes. Se habla mucho, pero nadie piensa que sería relativamente sencillo mejorar todo esto. Como ya les he comentado alguna vez, yo no me considero feminista al uso. Es más, me molesta mucho ese tonto discursito de «nosotras somos las más guays», pero pienso, en cambio, que posiblemente seamos las mujeres las que más podríamos ayudar a cambiar unos hábitos que no por extendidos dejan de ser absurdos. Se espera que este mes se alcance un máximo histórico en empleo femenino: ocho millones de mujeres, casi el doble que en 1994. Para nosotras, compaginar la vida laboral con la familiar es aún más importante que para ellos. Por eso confío en que sea nuestra voz la que se alce y acabe con una situación que, realmente, no beneficia a nadie.
MI COMENTARIO:
Me encanta tu introito llamándote ‘sudaca’, lo que descarta la idea despectiva que esta palabra puede aportar a un nacido en un continente con personalidad propia. Aquí tu bien sabes que, desgraciadamente, la versión popular de la mención de esa palabra es con espíritu peyorativo. Entonces con esta introducción aclaramos el estar de acuerdo en que las cosas son como se quieran entender y aplicar. Bien, comentado esto voy a tu artículo, no me sorprende que te llamaran la atención, en su momento, ahora ya te habrás hecho, de los horarios españoles en las diversas facetas del desarrollo cotidiano. La ‘fáctica expresión’, porque yo creo que así denominarían nuestros sesudos e intelectuales izquierdistas hispanos, que hasta alguno de ellos como la señora Ana Belén, se autodenominó en una proclama a los suyo como ‘nosotros, la gente de la cultura’, por el simple hecho de haber intervenido en los carteles de películas, por sus canciones (reconozco que me gustan al igual que su estilo de voz), pues esa expresión de la época dictatorial que, para atraer al turismo se extendió, diciendo ‘Spain is different’, aprovechando las buenas condiciones, dentro de Europa, de sol y playa y todo ello unido a un ‘falso y exagerado costumbrismo’ que la gran mayoría de los españoles nunca practicamos ni supimos usar, como la peineta, las castañuelas o los faralaes. Nunca me pregunté, demasiado, ¿por qué los españoles diferíamos tanto en los horarios del resto de los europeos?. Tu ahora, una sudaca, jajaja, me aclaras que antes de 1930 éramos muy similares al resto de Europa. Yo si sé que entraba a trabajar a las 8 y, entre unas cosas y otras, terminaba hacia las 8 o 9 de la noche. Creo que somos, actualmente y según estadísticas, los europeos que más tiempo dedicamos a la estancia laboral que no es lo mismo que la productividad, lo que además de que sobra gran parte de esa estancia, tan perniciosa familiarmente, carece del incremento de la eficacia, luego está claro, una muy mala planificación de nuestro sistema empresarial y con poca atención por parte del Gobierno que, vistas tales estadísticas, debería ser consejero de unas aplicaciones más efectivas. Por supuesto a mis años (en torno a los 60) no entiendo en absoluto porque el ambiente de un local nocturno se inicia como mínimo a las 2 de la mañana. ¿Quién es el bonito que inicia una jornada laboral en condiciones a las 8 de la mañana, saliendo casi a esa hora de los ‘centros de diversión’?. De ahí que la eficacia sea ínfima. Así que menos nocturnidad, que días hay para divertirse y mejor desarrollo, aumentaríamos la competitividad. Pero eso ¿a quién le interesa?.
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