Mi bitácora. La nave en el mar de mi vida. (XXXVI)

Bien, pues aclarado este asunto, retorno a la continuación de mi derrotero.
Aunque sea triste, es la pura realidad. Mi padre fallece, como dije en el anterior capítulo, tras haberle operado para ver la posibilidad ínfima de salvarlo. Crudo pero auténtico un afamado doctor apellidado Tamames, en la clínica de Nª Sª de la Merced, en la calle de Ríos Rosas, le dice a mi madre, así, que solo hay dos opciones, ambas fatales o fallece, que será lo más normal, o tendría que ir a un manicomio, nombre de la época de los centros que albergaban a los locos, dejándose de eufemismo. Si esa era la cruda y real alternativa, bendita la hora en que falleció. En la operación obligaron a que un representante familiar estuviera presente. Esta severa labor la soportó mi tío Valentín, el marido de la hermana de mi madre. Como privilegio especial, yo, a mis pocos años me fue permitido entrar a verle, se ve que fue una prerrogativa a la despedida prevista clínicamente. Justo en esa tarde un 30 de septiembre, pareció que una mejoría alumbraba esperanzas, hasta llegó él a decir que pronto retornaríamos a casa. En esa madrugada, como anunciaron los facultativos, falleció...
(imagen: aunque remozado, Sanatorio donde fue operado mi padre9
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