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Los hijos (I)

Los hijos (I) En cualquier sociedad la unión hombre-mujer, macho-hembra (también entre los animales irracionales ¿debemos excluir al hombre?), conlleva a la procreación, al mantenimiento y soporte de la especie en su evolución natural y compensada. Otras conductas sexuales que no conduzcan a ello son reprobadas en la ética de las diversas religiones. Pero la realidad es otra. La búsqueda del placer, instinto ampliamente desarrollado, en sus múltiples manifestaciones, es primordial en las relaciones humanas.
Volvamos a la reproducción, ésta causa gran regocijo. La llegada de un nuevo vástago a la familia es sinónimo de alegría. La mujer en su papel prioritario, desde la fusión del espermatozoide con el óvulo, es portadora del ‘tesoro’. En su interior se va a producir la metamorfosis, el ‘milagro’ de la consecución de un nuevo individuo.. El hombre solo aportó parte del material necesario, puso la chispa para que se produjera la combustión. Por eso el sentimiento materno es superior. Es la que soporta con entereza el proceso del parto, es la que expone, hasta su vida en ese acto. ¡Hombre tonto y engreído nunca lo olvides!.
Las tetas maternas proporcionan el sustento necesario, si éste no pudiera llegar por este conducto, lo suplen haciendo alquimias para una sustitución artificial pero aceptable. Limpian culos, lavan (ahora ya no) o cambian pañales, arropan en su regazo, mecen y acunan, despiertan a los llantos. Solo en momentos actuales y por necesidades perentorias un ínfimo número de varones aporta colaboración en mínimas tareas, dándole excesiva importancia. Por otra parte, es la naturaleza, por onerosa que resulte a la hembra, la que ha dispuesto este orden. Al menos sepamos dar mérito a tanta labor desarrollada y poco recompensada...

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