ADIÓS, PETER PARKER - JUAN MANUEL DE PRADA - XLSEMANAL 1060 - 17/23 FEB. 2008
Viajé a Pamplona, donde Leandro estaba realizando rehabilitación antes de regresar a su país. Era un niño de una inteligencia precoz, aquilatada en el sufrimiento; tenía unos ojos grandes, vivaces, que miraban el mundo inquisitivamente, que no dejaban escapar ripio de cuanto acontecía en su derredor. Me sorprendió el aplomo con el que hablaba, un aplomo que parecía nacer de un fondo de resistencia sobrehumana. Y me sorprendió todavía más, entreverada con ese aplomo, la supervivencia invicta de su ingenuidad, que le permitía mirar el futuro con confianza, como si las penalidades sufridas durante los últimos meses no fuesen más que el residuo de una pesadilla extinta. Leandro había sobrevivido al dolor, había sobrevivido a las sesiones de quimioterapia, había sobrevivido al quirófano, y en sus ojos, que apenas parpadeaban, se agolpaba un futuro innumerable. Pasé un par de días en Pamplona y conversé con los doctores que lo habían tratado, con las enfermeras que amorosamente le habían brindado sus cuidados; conversé también, y muy largamente, con su padre, Vicente, un hombre afable y tozudo que no había vacilado en remover Roma con Santiago para salvar a Leandro. Vicente rememoró conmigo las etapas de aquel vía crucis que lo había llevado desde Biblián, un pueblecito al sur del Ecuador, hasta Pamplona: compartí con él los meses de zozobra desde que a Leandro se le declaró la enfermedad hasta que logró reunir el dinero suficiente para cruzar el charco, gracias a la generosidad de sus paisanos; compartí sus momentos de desolación, sus titubeos, su indesmayable tesón. Me contó que su hijo Leandro era un admirador de Spiderman, el superhéroe de los tebeos, y que, como él, aspiraba a poder trepar por las paredes algún día. Se me ocurrió entonces que podría titular mi narración La pierna de Peter Parker. Antes de abandonar la clínica visité a Leandro en la habitación donde ejercitaba su pierna recién operada, la pierna que tan sólo unos meses antes habían estado a punto de amputarle en Ecuador: era una pierna todavía enclenque en la que asomaba la cicatriz de la cirugía como una dentellada pálida, pero Leandro ya la movía con cierta prestancia, como si estuviese a punto de echar a correr (o a punto de trepar por las paredes). Cuando me despedí de él, lo llamé Peter Parker; y él me respondió con una sonrisa traviesa y alborozada, como quien se resiste orgullosamente a compartir un secreto.
Leandro volvió con su padre a Ecuador, plenamente restablecido. Pero, al poco de estar allí, cuando ya parecía que los meses de padecimientos se fundían en una argamasa de olvido, contrajo una neumonía. Y murió, como un pájaro que se cae del nido. Murió antes de que sus padres pudieran hacer nada por evitarlo. Jesús Zorrilla, el director de comunicación de la Clínica Universitaria de Navarra, me acaba de llamar para decírmelo. Me he quedado mudo y encogido, sin capacidad de reacción. Dicen que, mientras vivimos, vemos las cosas como en el envés de un tapiz; y que sólo en presencia de Dios contemplamos el diseño magnífico de ese tapiz, que en vida juzgábamos ininteligible. Yo espero que algún día Leandro me revele el significado de ese tapiz; y espero volver a contemplar sus ojos grandes, vivaces, inquisitivos, y su sonrisa traviesa. Pero sé que, hasta que ese día llegue, cada vez que piense en sus cuatro años recién cumplidos y ya tronchados me asomaré a un precipicio donde anidan las serpientes de la angustia. Descansa en paz, pequeño Peter Parker.“”Mi comentario:Juan Manuel, y que todavía tenga que leer, alguna vez, censuras o críticas hacia ti, cargadas de aspavientos por algún comentario incisivo tuyo. Ocurre que la mayoría de estos escasos detractores carecen de nivel para saber el verdadero y correcto sentido de tu pluma. Con ello no quiero decir que seas sobrehumano, errores de opinión y de cualquier aspecto los podemos tener todos y, es más, admito que se disienta, pero sin echarse las manos a la cabeza por leer determinadas manifestaciones. Pues, últimamente, leí, en Cartas al Director, a un par de estos acelerados de la disconformidad que ponían el grito en el averno por determinadas observaciones tuyas que ni vienen al caso recordar. Serán de ‘rogelios hipócritas’ (sic maestro Campmany) que resienten el carecer de tu agudeza y clarividencia manifiestas.
El escrito sobre Peter Parker es ‘demoledor’, exprime los corazones y el tuyo se explaya en gran expresión. Soy ‘fósforo’ (sic Herrera) tuyo, aunque tenga los 60 cumplidos, buena edad para mayor comprensión de narraciones tuyas que, a pesar de tu juventud, denotan la gran formación literaria que acumulas. Te vas haciendo hueco, sino te lo has hecho ya en la maestría del articulismo, tuyas he leído un par de novelas, pero es que últimamente me dedico más a leer prensa que literatura y me entero del contenido de muchas obras por revistas especializadas con lo cual algo me pongo al día. Te pido, como ya te han pedido otras personas ocasiones que deseches tu costumbre de ‘ con esas 3 o 4 lectoras que todavía me soportan, entonces ¿en dónde nos sitúas a los miles de seguidores con los que sabes que cuentas?
Mi enhorabuena una vez más. Envío este escrito como digo a mi blog y, lógicamente, a la revista, ahí, sin incluir tu artículo, ya figuras en su hemeroteca.IMAGEN: JUAN MANUEL DE PRADA
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