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Mi bitácora. La nave en el mar de mi vida. (I)

Cuando empecé a oír hablar del asunto éste, de los blogs, palabra que según dicen, la verdad es que yo la he buscado en diccionarios dentro de internet y no he conseguido una traducción, que traducido a nuestro admirable y rico idioma significa bitácora. Según el Diccionario de la Real Academia, por ‘bitácora’ proviene del francés ‘bitacle’, por tanto galicismo, y se le llama a un armario fijo próximo al timón de la nave, en el que se pone la aguja de marear. Dentro de este término vienen dos derivaciones aguja de bitácora, que sería la aguja de marear o brújula orientadora del rumbo o derrota a seguir y luego la otra secuela es la que más, creo se adapta al sentido que se le quiere dar al citado ‘blog’ y es cuaderno de bitácora, donde textualmente dice “ libro en que se apunta el rumbo, velocidad, maniobras y demás accidentes de la navegación”. Al escuchar esta palabra ‘bitácora’, rememoré que siendo niño y viendo esas fascinantes, para mí, películas de aventuras, donde esas ‘nueces’ amuebladas con testaferros tremendos de hierro escupían grandes bolas, para derribar a la ‘nuez’, enemiga. Esas batallas navales que se libraban en los mares, los abordajes de piratas, desarrapados, e incompletos, a los que no le faltaba un ojo, les faltaba una mano o una pierna, parches en la cara, pañuelos a la cabeza, garfios en el muñón, patas de palo, etc. Estos personajes atiborrados de ron, eran el martirio de naves oficiales que venían repletas de tesoros esquilmados de los países dominados, y se encargaban de ‘recaudar’, ya con el trabajo hecho, los oros y las platas que venían camino de Europa, luego con estos botines, se escondían en el rosario de islas caribeñas, hasta salir a la próxima batida. Los mismos gobiernos europeos que mantenían disputas en nuestro continente, los utilizaban como mercenarios oficializados para llevar el terror y distraer navíos de guerra en estos pormenores. Esas naos, pertrechadas de bocas de fuego, con tremendos retrocesos al encender sus mechas y disparar descomunales bolas de hierro, bodegas, sentinas, palos de mayores, menores, de mesana, botavaras e interminables nombres descriptivos que recibían cada uno de los rincones del conjunto de maderas claveteadas y embreadas que flotaban. En el rincón más noble, de estas carabelas, fragatas, corbetas, galeones, etc. se hallaba el despacho del capitán del artilugio flotante, en el mismo desplegadas las cartas de navegación y en un escritorio, siempre a disposición, ese cuaderno, el cuaderno de bitácora, en donde reflejaba todo acontecimiento relacionado con la derrota a seguir por la nao, bien rumbos, climatologías, órdenes, acontecimientos del personal, era la caja negra actual pero en ese caso manuscrita donde se recogían todos los avatares de los viajes. En mi niñez, esa palabra, bitácora, quise interpretar lo que, realmente, luego descubrí que significaba, mi incipiente capacidad de deducción y curiosidad, observó que era la descripción cronológica de los acontecimientos ocurridos a bordo. En tal cuaderno el capitán con mas o menos destreza literaria plasmaba el cotidiano desarrollo de cualquier acontecimiento. Muchos de estos cuadernos luego sirvieron para instruir a escritores en el desarrollo de novelas, guiones de película, plasmaciones de historias reales o fantaseadas. Legendarios barcos pasaron a la historia por sus aventuras del uno al otro confín de la tierra.
Bueno con este preámbulo de la descripción de ‘bitácora’ ¿a quién no le gustaría intentar llevarla propiamente sobre el devenir de su vida? Yo lo intenté en varias ocasiones, ‘mi diario personal’, pero nunca fui constante, además considerando la rutina de mi vida, pero se debería observar, no el aspecto personal, sino los acontecimientos que se han desarrollado alrededor de esa rutina, de ahí si se pueden observar crónicas bajo el punto de visto del descriptor. No soy constante, pero lo intentaré.

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