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EFECTOS COLATERALES - XL SEMANAL 1060 DE 17/23 FEB.2008

EFECTOS COLATERALES - XL SEMANAL 1060 DE 17/23 FEB.2008 Antepongo el artículo de la escritora para posterior mejor seguimiento a sus comentarios sobre el tema:“”Hace unos años, mientras escribía El buen sirviente, dediqué mucho tiempo a leer sobre el tema del mal. ¿Qué hace que, a diferencia de los animales, los seres humanos hagamos daño a otros sin mediar un ataque previo o una necesidad? ¿Por qué somos como somos? ¿Cómo es posible que uno de los pueblos más cultos del mundo, cuna de grandes filósofos, amante de Mozart y heredero Goethe, cayera en la locura colectiva del nazismo? Tuve ocasión de leer muchas teorías al respecto, pero la que más me impresionó fue una de Schopenhauer. Él dice que el ser humano hace el mal, primero, por instinto de supervivencia y eso, si no justifica, al menos explica muchas actuaciones reprobables. Ahí se encuadrarían, por ejemplo, el egoísmo, la envidia, la mentira, la insidia, el robo en todas su facetas, etcétera. Hasta aquí la teoría es fácil de entender, e incluso todos podemos vernos reflejados en ella si tenemos un mínimo de sentido autocrítico.

Pero lo que más me impresionó fue esta segunda parte de su reflexión: dice Schopenhauer que, una vez resuelto el problema de la supervivencia o subsistencia, el hombre hace el mal por tedio. El tedio es, por ejemplo, lo que hace que busquemos nuevos alicientes, como el sexo (no como amor sino como gimnasia), la droga o robar en el supermercado, «porque tiene morbo»Pero el tedio es responsable, además, de acciones infinitamente más terribles. La gente se sorprende, por ejemplo, al ver cómo una sociedad tan avanzada como la nuestra, tan llena de posibilidades y tan culta puede ser tan cruel. Todos nos quedamos horrorizados hace unos años con la historia de aquellos muchachos de familia acomodada que quemaron a una mendiga en un cajero automático. O con las muy frecuentes noticias de niños de apenas diez años que graban palizas en sus móviles para pasar el rato. O con esa otra de violadores cada vez más jóvenes que matan y mutilan a sus víctimas. «La sociedad está enferma», decimos, y les echamos la culpa a la tele o a los colegios o a los padres que no son capaces de educar con disciplina.

Y todo esto es verdad, y habrá que poner atención a ello, pero a mi modo de ver también habría que poner atención al fenómeno del tedio. En esta sociedad nuestra, caprichosa y algo infantil, todo el mundo tiene horror al aburrimiento e intenta llenar su vida con todo tipo de cosas absurdas. El que no se machaca los meniscos en el gimnasio hasta hacerse vigoréxico se pasa días enteros en Internet o le da por emborracharse con calimocho hasta quedar inconsciente. Es como si todos nos hubiéramos convertido en yonquis de sensaciones fuertes y necesitáramos experimentar cosas cada vez más enrevesadas para neutralizar al temible monstruo del tedio.

Y para ello también hay que estar con la cabeza continuamente ocupada; si no es con la tele, con la radio, y sino, con el móvil o con el MP3. Porque otro de los efectos del tedio es que se buscan siempre ruidos que aturdan, que le eviten a uno pensar o estar a solas consigo mismo. Y es que lo paradójico, y a la vez terrible, es que el tedio no es otra cosa que un perverso efecto colateral de una vida feliz.

Los que están luchando por dar de comer a sus hijos o por sobrevivir en una guerra o cruzando el mar en patera pueden tener muchos problemas, pero desde luego no el del aburrimiento. Todo en este mundo tiene un precio y ése es el que pagamos nosotros, ciudadanos del Primer Mundo, que tanto tenemos y que tan poco valoramos. Porque otra de las cosas que hemos perdido por el camino es el deseo, el anhelo. Antes, un niño pasaba años soñando con una bici o un Scalextric y, cuando por fin los conseguía, aquél se convertía en uno de los momentos más memorables de su vida. Ahora, la satisfacción de los deseos es inmediata y a un deseo no lo sigue una satisfacción, sino un nuevo deseo. Yo ignoro cómo se frena esta espiral absurda, pero pienso que conocer su origen es, al menos, un primer paso para ponerle remedio a la gran paradoja de nuestra ‘sociedad feliz’, esa a la que según nos sermonean todos los tontos librillos de autoayuda, debemos aspirar.  “”
 Carmen estaba deseando que llegaría el día en que me pusiera un poco en marcha, mira a pesar de mis 60 años cumplidos cuando mi endeble salud me lo permite, tengo el sentido del humor suficiente para reírme de mí mismo y con desparpajo. Tú, al ser más joven, por lo menos 6 o 7 años que yo sepa por creo habértelo oído. Pues yo si conseguí tener un modesto scalextric que ya me compré en mi adolescencia pero, con anterioridad, jugué con pelotas de trapo, artesanalmente, cosidas por mi madre con retalillos, hasta que en unos Reyes Magos me llegó el lujo de una pelota, más bien pequeña, pero que a mí, en aquel momento me pareció un balón de reglamento. También llevé las coderas de los jerséis zurcidas y las rodilleras de los pantalones bombachos que llegaron sobre los 13 o catorce años, a veces, cual fina obra de orfebrería, repuntadas a base de la habilidad materna. Pero ¿sabes una cosa?, fui muy feliz y todavía al recordarlo siento orgullo de haber sobrevivido tiempos de escasez y sin amargura, solo algo muy importante que marcó mucho mi vida, el fallecimiento de mi padre a los 49 años, la ‘explosión de su páncreas se llevó al rubio de ojos azules y 1,85 de estatura por delante’ y, repito, estoy orgulloso del rastro dejado por mi vida y mi camino hecho al andar y de poder comunicarme contigo. Estoy seguro que eres coqueta, faltaría más la elegancia y la coquetería son amigas íntimas, cualidades femeninas que me encantan. ¡Úsalas, disfruta de ellas con orgullo y satisfacción! Hay muchos y muchas que hacen el ‘Heautontimoroumenos’ del latino Terencio ( traducción para otros, no para ti, del ‘atormentador de sí mismo’, yo, le llamaría, en términos reales el ‘masoquista’).Pues insisto, aunque no necesitoes de mis consejos porque sea mayor que tu, te expongo mi deseo.  

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