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NAVIDAD SIN COMPLEJOS - ABC - 23/12/06 - IGNACIO CAMACHO

NAVIDAD SIN COMPLEJOS - ABC - 23/12/06 - IGNACIO CAMACHO Siempre insisto e insistiré que soy un nato lector de recortes de prensa. En muchos casos, ocurre como con los guisos, está mejor de uno o dos días que recién hechos. Quizá con el artículo de un maestro periodista ocurra igual, se le saque más sustancia cuando ya ha ocurrido el hecho comentado y pierde algo de actualidad, pero que en contradicción a su vez la gana. Me refiero hoy a una columna de Ignacio Camacho en ABC del pasado día 23 de diciembre titulada Navidad sin complejos. El texto, que no tiene desperdicio, lo expongo a continuación para facilitar a mis lectores una mejor comprensión a mis posteriores comentarios, es como sigue:“”NAVIDAD SIN COMPLEJOS””PUES sí, me gusta la Navidad, y no pienso pedir perdón por ello. Y además me gusta la Navidad antigua, la de belenes y villancicos, la de los «christmas» de cuadros barrocos y lotería escuchada por la radio, la de los nacimientos con musgo y papel de plata, la de aguardientes mañaneros y pavo en Nochebuena, la del turrón, los aguinaldos y las zambombas, la de las luces de campanitas y estrellas, la que huele a pueblo, a familia y a infancia. Porque, al final, se trata sobre todo de eso: de una fiesta de reivindicación y memoria de la niñez, nucleada en torno a la aparición de un Niño que simboliza a todos los niños, con su mundo por estrenar, su vida por vivir y, sobre todo, su bendita, feliz, bienaventurada inocencia.Esa memoria infantil que recorre la médula de la conciencia nos transporta estos días, a las personas de mi generación, a las mañanas de sabañones y a las noches de misa del Gallo, pero también al vago, intuido anhelo de una Navidad cosmopolita y sofisticada que entreveíamos en una Europa que aún sentíamos lejana. A los rutilantes escaparates londinenses, a las luces vertiginosas de la Torre Eiffel, a los mercadillos de las pequeñas ciudades alemanas, a los trineos lapones, a las bellísimas figuritas napolitanas, a los helados paisajes urbanos pintados por artistas de Flandes que traían las tarjetas de la Unicef. A Dickens y a Capra, a Rubens y a los maestros anónimos de Baviera, a bosques de muérdago y a montañas de corcho, a oratorios de Bach y Pergolesi, a valses vieneses de Año Nuevo, a villancicos sajones con voces de niños cantores, a la recogida tradición de una cultura y un sentimiento que queríamos compartir y hasta soñar.Ahora que lo tenemos, que lo compartimos, que lo gozamos, no pienso renunciar. Por mucho que se interfieran las comidas de empresa y los excesos derrochones, las luces laicas y los árboles de fibra óptica, las felicitaciones cargadas de vacua retórica y los sms cursis, los papás noel colgados de los balcones y las horrendas figuritas de los bazares chinos. Por mucho que progres pedagogos dogmáticos levanten los belenes de las escuelas y prohíban a los niños disfrazarse de pastorcitos. No pienso renunciar a la intimidad ni a la magia, a llamar a los amigos en la tarde de Nochebuena para mandarles un abrazo de felicidad compartida, a entregar y recibir regalos con la emoción de un estreno, a la sonrisa de los seres queridos y a la dulce cosquilla de los rencuentros. Ni a la herencia de siglos de esta fiesta alborozada que celebra el momento en que empezó, allá en Belén, la experiencia de amor, generosidad y entrega que nos ha enseñado el código moral en el que nos reconocemos más plenos y más libres.Sin pedir perdón, sin pesadumbre ni culpa. Sin otro lamento que el de la ausencia de los que ya no están y de quienes no pueden, por pobreza o enfermedad, integrarse en nuestra alegría. Con la conciencia plena de participar en un rito colectivo que funde lo mejor de lo que somos y, sobre todo, de lo que hemos sido capaces de ser. Arte, memoria, religión, solidaridad y cultura: nada de lo que arrepentirse y sí mucho de lo que sentir un hondo, pleno y satisfecho orgullo.

Bien pues como cuando me marché, al igual que los últimos 7 años a esperar la llegada del nuevo año en el hotel La Barracuda de Torremolinos, pues hace tiempo que vengo dado a la Navidad de lado, este año con mayor motivo nuestra hija pequeña se había ya marchado a primeros de año con su pareja, con lo cual iba a ser el primero que mi esposa y yo íbamos a estar enfrentados en soledad mutua ante unas fuentecillas de algo de marisco y unos canapés de ahumados con algo de cava (bueno ese para mí, mi señora toma cerveza sin alcohol), Cambiamos las tradiciones no lejanas, de una verdura, algo de pavo o pollo o besugo, etc, por estos advenedizos productos. Bien pues breves días antes me sacaron de mis casillas, con la mejor intención y mi futuro yerno en connivencia con sus padres, propusieron pasáramos la noche los 6. Viven cerca de casa, pero soy perezoso, añoro mis zapatillas, no es que tuviéramos que tener etiqueta pero siempre se le da algo más  de formalidad.

La noche se resolvió en una amigable y placentera reunión. Dimos cuenta de unos cuantos artículos de picoteo, en plan informal, acompañando con algo de Albariño y cava. Al finalizar estas variedades degustadas con fruición por parte de todos. Enrique, mi futuro consuegro, sacó una guitarra española que, a pesar de su falta de práctica, la maneja con cierta soltura y además tiene un libro de letras de canciones de los años 40, 50 y 60 y ahí intervine yo. Mi vozarrón, no educado musicalmente, le acompaña cierto oído y no suena mal del todo. Así que entonamos una serie de melodías organizando nuestra particular gala.Viene esto a colación a que estoy de acuerdo con la Navidades que nos propone el Sr. Camacho, no tan lejanas, pero de mayor y sencillo disfrute, me ha hecho rememorar aquellos años infantiles, donde cualquier extraordinario era un surtidor de sorpresas, disfrutando de ellas con ilusión. Es por ello que quiero transmitir su artículo sobre todo a los que pasan de los 50 pero nunca viene mal la historia para los más jóvenes., además esta narrada por un participante activo.  

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