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JUGAR LA PRÓRROGA - MANUEL ALCÁNTARA - SUR - MÁLAGA

(Anticipo el artículo del maestro Alcántara, para luego dar entrada a mi comentario)

LOS biólogos, pero no todos, porque los hay más formalitos, se están afanando por conseguir la píldora mágica contra la vejez. Creen que es posible mantener durante mucho tiempo la apariencia juvenil y llevan razón: basta con ser algo hipócrita, adquirir un suéter de color celeste y no agacharse bruscamente cuando se caiga el bolígrafo o la dentadura postiza. El hecho indudable de que se haya prolongado la vida en nuestra época nos induce a confundir dos cosas distintas, ya que no es lo mismo vivir que durar. Se ha conseguido alargar nuestros días terrestres, pero sólo por su cabo final. Lo que no se ha logrado aún es prolongarla por el centro, o sea, dejar parado a alguien durante veinte años en los cuarenta. Eso sí que sería un avance de la medicina.

Buscan los laboratorios la llamada 'píldora contra los efectos de la edad', que son desastrosos. Investigan arduamente en ratas y monos sin tener en cuenta que aunque muchos seres humanos guarden evidente parecido con ambas especies, no somos por completo identificables. La pregunta es por qué existe tal deseo colectivo por jugar la prórroga. Ahora que llueve a todo llover y vuelve 'el agua lateral de los pantanos' recordamos algunos el tiempo en el que creíamos que no iba a irse nunca la sequía. No es así. Siempre que ha escampado ha vuelto a llover. A cierta edad todo nos parece una película repetida que no hay por qué ver más veces. Sobre todo cuando se ignora el nombre del que ha hecho el guión, aunque le atribuyamos una condición divina, y para colmo no se encuentra en la penumbra a ningún acomodador con linterna. Se afanan en los laboratorios en generar anticuerpos contra la vejez, una vez descubierto el de la juventud, que es el botellón. Vivir para ver cómo emprende una nueva dieta el etarra De Juana o cómo pierde el Madrid o cómo se las componen los chalanes del tripartito. En los días grises esto se pone muy pesado.

MI COMENTARIO.

¡Que manera más sabia, elocuente,  y amena de extractar y quitar las rebabas de la hipocresía en cuatro palabras bien escritas, como corresponden a un maestro de tu categoría. ! ¿Cómo en tan breves párrafos se puede resumir este tan traído y llevado tema de prolongar la vida?. Quizá la culpa no es del científico que sabe el terreno que pisa sino, la deformación de los medios de audiencia, llámense TV, radio o prensa, por dar una imagen cambiada de los estudios.  Desde luego, poseo un modesto blog, donde me lo paso bien practicando mis buenas o malas dotes de trascripción de mis ideas, me aprovecharé del plagio de tu escrito pero, solo con un fin, el de que por ignorancia no llegue a tus doctos artículos tenga conciencia de lo tratado ya que no tiene desperdicio. Posteriormente mis modestas añadiduras solo completan y aseveran tu forma de verlo, que para mí, por supuesto, es la lógica y única.

Resaltas que no es lo mismo vivir que durar, que sencillo parece y cuanta filosofía contiene. La imprenta de Gutenberg, imagino que estará en un museo, a ella se deben grandes avances en la escritura, pero hoy no serviría, comercialmente, para dar salida a millones de ejemplares de rotativos y libros.Luego lo de llegar a los 40 y ahí estacionarse, por ejemplo, 20 años, es simple y como simple genial. Si yo jugara a los naipes al conocido juego de las 7 y media, me gustaría que en cada baza solo utilizara un naipe y este fuera un 7, ganaría en un gran porcentaje de las partidas. Solo un pequeño inciso, no me gusta que el botellón represente a toda nuestra juventud, los hay con cabeza muy bien amueblada y aportando unas grandes dosis de optimismo aún fuera de sus licenciaturas para labrarse una vida y un porvenir, lo que pasa es que, claro, siempre destaca más lo llamativo, lo horripilante, pero merece mucho respeto esa juventud callada, divertida pero responsable, pero muy sacrificada. Gracias una vez más maestro, me encantaría su dirección de correo electrónico para intercambiar algunas ideas, pero no dejo de entender el engorro que para un profesional de la pluma le invadan con correos, tanto de elogio como de reprobación. 

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