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DESDE BI BUHARDILLA: LA ESCUELA DEL FRACASO - LAURA CAMPMANY ABC 16/09/06

DESDE BI BUHARDILLA: LA ESCUELA DEL FRACASO - LAURA CAMPMANY ABC 16/09/06

ESTUDIÉ en el Liceo Italiano de Madrid. Era, con un curioso afán de eclecticismo, un «liceo scientifico ad indirizzo classico», que es tanto como decir que lo que allí se pretendía es que los alumnos adquiriéramos una costumbre científica que nos permitiera abordar con rigor las distintas disciplinas, pero con la mirada siempre puesta en el hombre. En el hombre entendido como centro de todas las cosas, que es la raíz de ese humanismo renacentista que estalló en la Toscana con el «Dolce Stil Novo», y luego se dio un paseo por el castigo y la salvación de la mano de Dante, y floreció como un rizo en la pluma de Petrarca, y se vino a España a cautivar a Boscán y a Garcilaso.
En mi colegio estudiábamos latín, mucho latín, pero no por penitencia o masoquismo, sino por el gusto, les aseguro que inenarrable, de poder declamar, cuando el amor le prendía fuego a nuestras quince primaveras, aquello del «da mi basia mille, deinde centum, dein, mille altera, dein secunda centum», y seguir suplicando nuevos besos sin que nos traicionara el apetito. A fin de cuentas, estábamos citando a Catulo. También leíamos la Ilíada, la Odisea y la Eneida, de principio a fin y verso a verso (esto ya en traducción italiana), y había que entender cada metáfora, visualizar cada imagen, conocer cada símbolo, los de la guerra y la muerte, los de la pasión y el olvido, para sacar a fin de año una nota decente, y que no te pusieran las orejas de asno, o no te mandaran, directamente, a repetir tu viaje por el curso.
Cuando, terminado el Bachillerato, ingresé en la Facultad de Filología, una dinamita invisible, como de polvo, fue haciendo saltar poco a poco todos los puentes que unían, en mi corazón, los senderos del conocimiento con el camino de la vida. Aulas de más de cien alumnos, profesores que, con alguna sublime excepción, iban a clase a aburrirnos con la lectura de su último manual (que por supuesto había que adquirir obligatoriamente), exámenes tipo test que podían aprobarse sin necesidad de saber redactar cuatro líneas, apuntes de cursos anteriores tan incomprensibles, de suyo y por sucesivamente fotocopiados, como la piedra Rosetta, interminables revanchas de mus en el bar, chuletas cada vez más sofisticadas, y la sensación unánime de que el paso por la Universidad nos serviría como mucho para robarle un título al sistema, practicar el «ligoteo» -o el arte de la pancarta- sobre la hierba del Paraninfo, o sacarnos, en los bares de la cercana Moncloa, un máster en cañas y aperitivos.
En mi colegio, como en tantos otros de Europa, incluido alguno de España, lo que se intentaba era formar personas. Pero los centros estatales españoles, ya por entonces, empezaban a implantar el sistema de fichas, que sólo obligaba a los alumnos a conocer los datos, eximiéndoles de todo discurso. Ahora creo que ni «eso». Ahora los beneficiarios de la LOE (ese nuevo modelo de marca educativa) conseguirán, con un poco de suerte, aprender a navegar por internet. A Don Quijote ya lo han visto en dibujos animados, y a qué quemarse las pestañas, si las letras «rallan», los profesores son unos auténticos «pipas», los padres, que «sosieguen», lo «guay» es el «desfase», lo que «mola» es el macrobotellón, y a esa cultura que sólo se aprende en los libros, y que no da «subidón» ni conduce fácilmente al éxtasis, le queda «cero coma». Como quien dice un telediario. A mí me gustaría, porque amo el futuro, que a nuestros hijos, de una escuela que no fuera la del fracaso, nos los devolviesen un poco más sutiles y un poco menos zafios. Siquiera para que, cuando quieran expresar una fobia, no lo hagan con la exultante vulgaridad de ese actor tan simpático, el tal Rubianes. Pero está escrito: va a ser que no.
Una vez más pido disculpas por no ser más raudo en los comentarios, pero comento que recorto lo interesante para mí de los periódicos y excepto que tenga latente actualidad, lo leo con posterioridad. Artículos como el elegido por Laura es de actualidad, pero desgraciadamente la metástasis del problema va in crescendo. Nos narras Laura tus estudios primarios y posteriores en el Istituto Italiano di Cultura. Palacio situado al final de la calle Mayor de Madrid, casi chaflán a Bailén y enfrente de otro Palacio donde durante muchos años estuvo Capitanía General., ahora está el Consejo de Estado, otra organización dentro del Gobierno de la nación que la mayoría de los españoles ignoramos sus funciones. Pero si se quieren documentar, pongan en la barra de un buscador ‘Consejo de Estado’ y encontrarán datos sobre el asunto. Ignoro la influencia que tenga Italia en vuestra familia pero como ya tu padre hablara en tantas ocasiones del lago Maggiore y de sus charlas con el doctor Ochipinti (ignoro si es correcta la transcripción del nombre), pero claro alguna connotación debe existir al realizar tus estudios en ese Instituto en Madrid. Yo, tengo un modestísimo conocimiento de italiano que se inició con las letras de las canciones del Festival de San Remo de los 60 y que tanto me gustaron y como me aficionan los idiomas en general, pues el italiano que es bello me condujo a tener algún conocimiento y en mis vacaciones en la Costa del Sol, sobre todo ahora en las de otoño, practico algo de ello, tengo unos amigos que además ellos siempre hablan italiano con lo que el que se tiene que defender soy yo para llevar ciertas conversaciones ‘ma qui va piano va lontano’. Nos hablas de tus quince primaveras inmersas en el latín, no te quejes, Beatriz Galindo, la Latina, la culta latiniparla, estaría más introducida, además para una profesión intelectual literaria y periodística, los conocimientos de latín y griego son vitales. Yo estudié latín en 3º y 4º del bachillerato elemental, modestia aparte rompí muchas coderas, pero el latín no me gustaba y apelé a la llamada inteligencia de los tontos, la memoria, y me aprendía textos y traducciones de esta guisa, recuerdo aún las Elegías de Ovidio “Cum subit illius tristissima noctis imago, quae mihi supremum tempus in urbe fuit, que tot mihi cara reliqui...”, las Catilinarias, etc, y a base de esa astucia incluso saqué sobresalientes, ¡Dios mío!, yo nunca supe latín, algo de las declinaciones y algo de los verbos y a parar de contar. Y como fui de ciencias me aprendí bien los números romanos. No pasé por la Universidad, mis medios no me lo permitieron pero hice una carrera por la Escuela de Comercio, compaginaba con trabajo contable-administrativo. Volví a tocar una asignatura llamada Primeras Materias en la que sobre todo en términos botánicos y de bacterias salió a relucir de nuevo el latín, lactobacillus bulgaricus, bacteria básica para el yogur, saccharomyces cerevisiae, bacteria para la producción de cerveza, etc.Bueno pues a mí a D. Quijote del que mencionas, me lo presentaron casi directamente, internet no estaba ni en embrión. Los macrobotellones eran de gaseosa La Casera o La Revoltosa o El Laurel de Baco y se tomaban en casa con la comida. Y tengo la suerte de ignorar, ni pretendo los denuestos del tal Rubianes que vosotros, profesionales, ni deberías ni mencionar. A palabras necias oídos sordos.Cada día me identifico más contigo Laura, terminaras laureada cuando menos te lo esperes si no lo estás ya que imagino que sí. Así que volviendo al principio no te arrepientas de aquella escuela de por entonces, la mía seguro es anterior y pienso que gane en porte a tanto plan nuevo de estudios.Tu amigo y ‘fósforo’ (Carlos Herrera dixit) Adolfo.  

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