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MOMENTOS ESTRATÉGICOS (14/01/06)

MOMENTOS  ESTRATÉGICOS (14/01/06) Cuantas veces esperas en la vida que algo se acople a tus deseos y todo queda en eso en la espera. Claro, a base de muchos intentos, a base de una constancia rayana en la tozudez, a base de múltiples intentos, en ocasiones, surge algún premio, que yo no lo llamaría así, lo llamaría el fruto del árbol de la constancia, un producto del empecinamiento. Hoy he pretendido tener un encuentro agradable y lo he tenido, pero aquí si creo que ha influido la suerte más que lo anteriormente comentado. Deseaba encontrar a mi madre en su Residencia Geriátrica más razonable que las posibilidades de funcionamiento limitado cerebro le permiten y aunque  comprendo haya sido más producto de la casualidad pero he obtenido ese premio, ver como si estuviera algo iluminada. El problema de esto es que hay que disfrutarlo con fruición y diría yo ‘devorarlo’, porque es algo que, normalmente, emplees la táctica que emplees no se va a dar. Pero bueno estas satisfacciones compensan en parte los agrios momentos que sueles vivir de ese no vivir suyo. La interlocutora (mi desviada mentalmente madre) ha tenido un atisbo de sentirse feliz con mi visita. Aunque debo explicar que en mis habituales y progresivas visitas, todavía no he conseguido que me catalogue en la escala que me corresponde. Soy para ella algo conocido, casualmente una desarreglada perilla que me dejé hace unos meses, siempre denosté esta desarrollo capilar y como de esta agua es posible que beba algún día, no sé de donde me dio por tomar un sorbo y ya digo unos pelillos canosos recorren mi barbilla, desordenados, solo arreglados a golpe de tijera particular, pues curiosamente ella que en su sano juicio nunca me vio así, ahora mesa mis pelillos de barbilla y me reconoce por ello, pero nunca, como digo me da el título adecuado, soy su padre, su marido, su hermano, su novio, todo menos su hijo, eso todavía no lo he conseguido. No digamos el nombre, mi nombre, Adolfo, de ese no guarda la más mínima referencia. A la hora de las despedidas, siempre se quiere venir conmigo, su movilidad es limitadísima pero, con engaños sutiles le propongo que a lo mejor eso se produce en una próxima visita. Las asistentes de sala me comunican que nada mas irme, ya ni recuerda si he estado o no. Pero ya digo hoy al verle con una mueca de cierta felicidad me ha provocado una satisfacción interior de la que estaba necesitado porque al ser pusilánime, necesito de algún momento ilusorio.
Me he propuesto acudir con mas ‘desparpajo’, afrontar, sus rarezas, las de los demás acompañantes de sala que no son pocas, ya llego a dialogar con varias de las que forman la plantilla de cerebros desorganizados y, en ocasiones, les sirvo como de entretenimiento y les hago disfrutar como de esa visita de la que requieren de vez en cuando. Pero me temo que mi carácter, aparentemente alegre, no es el más adecuado para insuflar demasiadas alegrías. Hago lo posible, lo intento, pero a veces, al marcharme y nada mas salir a la calle unas gotas recorren mis mejillas, su manantial son mis ojos, pero las dejo correr quiero que desahoguen su encierro y que su breve recorrido sean la expresión de mi sentimiento.


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