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Mi bitácora. La nave en el mar de mi vida (LXVI)-66º

Mi bitácora. La nave en el mar de mi vida (LXVI)-66º ... La casa en general de esa calle Ciudad Real, tenía 4 plantas, dos escaleras, una donde daban una serie de pisos a la calle y la otra, donde nosotros vivíamos a patios interiores. A cada planta se accedía por dos tramos de escalera con 9 escalones cada uno y giro natural de 180º. Escalones en tipo de piedra aglomerada de tono gris algo jaspeado, una barandilla de hierro forjado. En cada una de ellas, seis puertas desde la A a la F, para aquellos tiempos las puertas eran consistentes, para nada existía la puerta acorazada, se ve que el latrocinio estaba controlado, hoy eso sería falta de libertad, si un chorizo decide apropiarse indebidamente de algo (no se debe decir robar, no sea que se ofendan) pues debe protegérsele adecuadamente sino se coarta su libre albedrío. Esas puertas labradas en cuarterones rectangulares tenían una amplia mirilla dorada que, interiormente, tenía una puertecilla, al abrirla se podían ver a través de la rejilla, la cara del visitante y del visitado. Hoy como bien sabemos son mas discretas, un ojo con lente cóncava, permite ver desde el interior, no así desde el exterior, como debe ser claro, algún privilegio debe tener el residente. Que recuerde en mi planta, nosotros vivíamos en la F, en la E, que después adquirió mi madre y unió ambos pisos, mi padre ya había fallecido, vivía una familia con dos hijos de los que solo sé que el se llamaba Luis. Enfrente de nuestra puerta, en la D. Un matrimonio, Federico, jubilado de la Guardia Civil y excompañero de mi padre y abuelo, su mujer Eudoxia, burgalesa oronda, conocida por ‘la Osia’, Dos hijos varones, Luis, dependiente en una tienda de medias de mujer, el segundo Rómulo, deficiente mental en alto grado y la menor Merche, unos 3 o 4 años mayor que yo, refinadita de modales y que trabajaba en la ya mencionada Standard. Trabajaba en el taller y luego pasó a la oficina, yo siempre algo enamoradizo, tenía para mi cierta atracción, pero todo esto estaba dentro de mi platonismo. Cuando pasaba a casa nunca, creo, dejé entrever mi afición o sentimiento aunque, visto desde la memoria de hoy, quizá, cierto arrobamiento en mi rostro me pudiera delatar. La sagacidad femenina no tiene límites y es inversamente proporcional a la capacidad del disimulo masculino...

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