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Recuerdos 06/09/05

Recuerdos 06/09/05 Ahora son la 1 y cuarto del mediodía, estoy tomando un tercio de cerveza Mahou, sentado en mi `rincón’, en la barra del bar La Peseta, bonito nombre de recuerdo de nuestra última propia moneda, donde acostumbro a ir. Lo regenta un aragonés, cabeza rapada, que no skin head, el asimismo se llama ‘el calvo’, en barra una peruana Rosa, simpática y agradable, atiende la barra, sirve en las mesas el menú del día y colabora a compras y encargos, un poco de todo, como en todos los trabajos, en la cocina, ahora, Paloma, prepara los menús para los comensales que por allí aparecemos. A veces colabora Nadia, persona agradable, pareja del jefe, por las tardes la terraza veraniega la atiende Gonzalo, también muy atento, algo familiar. La clientela como en todos los sitios peculiar y variopinta, cada uno con sus rarezas, algo común, ya digo. En ese ‘rincón’, y luego en mesa por la tarde narro mis devaneos sobre diversos temas que vienen al hilo y una serie especial autobiográfica, pero más que para contar mi vida, es para hablar de como se desarrolló el entorno de mi vida, los tiempos en los que me tocó vivir y describir medios y escenas al uso de aquella época. Como soy mayorcito tengo campo abonado para describir multitud de curiosidades que, los mas mayores conocerán, los mas jóvenes si llegan a leer algo de ello se documentarán de las privanzas ocasionales por las circunstancias de los tiempos.
Las ‘servilletas’ son mi útil donde plasmo mis escritos, las tengo a mano y me acostumbré a este modo. Mis gafas de leer y escribir de farmacia con una graduación de 2,5 dioptrías y, ahora, un modesto bolígrafo de plástico transparente con caperuza azul, la tinta también es azul, en ocasiones, la utilizo negra. Mi eterno compañero Dupont de oro, regalo que me hicieron hace muchos años, está en reposo, es tan ostentoso, que solo conozco una tienda en Madrid, de rancio abolengo, en la calle Mayor y próxima a la Puerta del Sol, ‘Estilográficas Sacristán’, donde venden la carga ‘ que el presumido’ necesita, al módico precio de 5 €, todo un lujo, para este artilugio, pero ‘el señor’ es así de exigente. Eso sí, una vez lo cargas, su duración es amplia y colabora tanto conmigo que, aunque quisiera poner una falta de ortografía, cosa, modestia aparte, difícil, creo que no me lo toleraría.
Todo este preámbulo para decir que estando en ese ‘rincón’ ha entrado una mujer. Se le transparentaba la falda, algo muy normal, el contorno de sus piernas se mostraba en esa transparencia.
¡Ya estáis pensando mal! ¡Pues os equivocáis!. No es eso lo que me lleva a escribir. La mujer con una muleta en cada mano era la muestra de el sufrimiento de una poliomielitis.
Al verla mi mente ha entrado en el túnel del tiempo y se ha trasladado a un recuerdo de mi juventud. Me remonto a cuando tendría yo unos 20 años, era bastante tímido pero muy bailarín. Después de mi trabajo y mis clases, con unos compañeros íbamos casi a diario un par de horas a bailar. Buena zona Argüelles, una Sala de Juventud (todavía no se llamaban ‘discotecas’) Imperator, Allí conocí en directo al Dúo Dinámico, Miguel Ríos, el mexicano Enrique Guzmán, la italiana Gigliola Cinquetti ganadora de un Festival de Eurovisión, en fin una serie de cantantes de moda en aquel momento.
Pues ya digo, aún dentro de mi timidez, como yo sabía que bailaba bien, conocía que eso entre las chicas solía ser un buen carnet de presentación. Echabas una mirada a tu entorno y si veías un rostro agradable ibas a pedirle que bailara contigo. Me dirigí un día a una cara guapa y la chica acepta, se levanta y veo que llevaba una pierna articulada, traté de no mostrar ninguna extrañeza, recuerdo que me dijo que si seguía mi propuesta en pie, le dije que por supuesto. Bailamos un buen rato, con las limitaciones que ella tenía, pero yo traté de adaptarme a su estilo. Al cabo del rato me dijo que se iba a descansar un rato y me dio las gracias, le acompañé a la mesa y le dije que sino le importaba en una media hora volvería, me sonrió y me dijo que bueno. Me dirigí en el tiempo previsto y ya se había ido, nunca volví a coincidir con ella.
Luego me preguntaba yo, si lo que hice lo hice por bondad, por conmiseración, por respeto. Ignoro realmente porque lo hice, pero no me arrepiento, lo que si deseé es que ella lo tomara como algo bueno, no como la persona que por no dar un desprecio actuó así.

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