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Mis temores como consumidor culinario

Mis temores como consumidor culinario Siempre ha existido y existirá el melindre, el remilgado ante cualquier uso o consumo de diversos objetos y, muy especialmente, cuando el tema alimenticio ha estado por medio. Aún, pretendiendo no serlo o planteárselo, ¿quién no ha reparado en alguna ocasión? y, posiblemente, con toda la razón ante la entrada en unos servicios sanitarios públicos, bien de la calle o de establecimientos. Cientos de veces he visto en restaurantes personas que, previamente, utilizaban su servilleta para frotar los cubiertos y el borde de los vasos, como curiosidad comentaré que mi cuñado, lo hacía hasta en su casa, sabiendo la garantía que representaba su madre, exagerada, en limpiezas de todo tipo, escrupulosa y detallista pues él no iniciaba una comida sin dar un buen lustre a todo utillaje. Pero ya en lo tocante a la comida fuera de casa es mejor lanzarse al vacío sin paracaídas, sino no comerías nunca. No dudo de la profesionalidad de una gran parte de los manipuladores del medio, incluso hoy en día las autoridades exigen un carné de manipulación, pero estos formalismos desaparecen una vez que el ejecutor está en su medio. La teoría es una cosa, la práctica es otra. Una cosa es saberlo y otra llevarlo, correctamente, a cabo y no digamos si das con un irresponsable que ‘olvida’ las conductas mínimas exigidas. No llegué a ver, pero en estas últimas vacaciones, un advenedizo camarero de comedor, no de la plantilla habitual y ya entrado en añitos, aparte de otros graves problemas, le vieron algunos clientes, limpiarse su rostro sudado y su nariz con servilletas de tela que aunque ya había sido usadas por el comensal, según me contaron, no dejaba de ser una desfachatez y detrimento para la sala donde prestaba sus servicios, afortunadamente le prohibieron de inmediato la incorporación a su puesto.
Hice el servicio militar, se supone que en las cocinas de aquella época, la limpieza dejaba bastante que desear Por experiencia sé que en alguna ocasión que me tocó fregar platos después de la comida, emulando a los veteranos, cogíamos los platos de docena en docena y los sumergíamos en un pilón con agua algo enjabonada que, claro, para nada desaparecía la grasa. Luego un paño mugriento, servía para secar pilas y pilas de plato, con lo que cuando se sacaban para un nuevo servicio, así si que era necesario pasar la servilleta por todo el menaje. Llegué a tener alguna vez un compañero en la mesa que en el vaso de vino que nos daban se daba el gustazo de escupir, con lo cual se hacía el amo del contenido, pero algo que no era denunciable, hubiera estado mal visto.
Esta mañana, leyendo un recorte de periódico del día 30 de julio pasado, la articulista Rosa Belmonte, hacía comentario sobre un cocinero de restaurante de lujo que se jactaba que la primera ministra, cuando lo fue, Margaret Tatcher, cuando iba a esa lujoso restaurante, había degustado de su esperma como mínimo en cinco ocasiones, dice la articulista que al ser una política, podían existir indicios de cierta venganza, pero lo que no deja lugar a dudas es que el alardeo del asqueroso personaje era, como mínimo, para tenerle una semana, sino mas, ‘saboreando’, sus propias heces aliñadas con su propia orina.
¿Alguien opina que soy un juez muy duro?

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