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Mi bitácora. La nave en el mar de mi vida. (XXXVII)

Mi bitácora. La nave en el mar de mi vida. (XXXVII) ... Llegado el óbito, cuento como era el sistema en aquel momento, ante estas circunstancias y hechos. Lo llevaron a casa desde el sanatorio en una ambulancia, como si todavía viviera. Entonces no existía ni la idea del Tanatorio, el fallecido o lo hacía en casa o desde el hospital se le llevaba y allí se le velaba, durante el día y luego toda una noche. Familiares, vecinos, amistades, abarrotaban las pequeñas viviendas y ocupando hasta las escaleras, ya que no había lugar para tanta concentración. En la habitación del matrimonio, desmontaron el mobiliario y allí con una plataforma, esquinada por cuatro velones, situaron el cadáver. Se rezaban rosarios, se hablaba bajito, señoras de negro llorando, como las antiguas plañideras bíblicas, elogiando la figura desaparecida. Como dijo mi suegra en años posteriores referido a cuando alguien moría, comentando que ‘era el día de las alabanzas’, en ese momento, todo el mundo había sido bueno, poco a poco, salían a relucir los defectos, pero en ese momento puntual, únicamente se mencionaban las bondades. No sé quien tendría la infeliz idea de, esa tarde del 1 de octubre, con mis 12 años, un niño, antes éramos mas niños, me introdujo en la habitación como para enseñarme a mi padre muerto y despedirme de él. Durante mucho tiempo guardé en mi limpia mente aquella estampa y estuve aterrorizado una temporada. Demostrado está, además leí hace poco una explicación técnica, al poco de fallecer hay algunas células que perduran mas tiempo con vida que otras y, precisamente, las que tienen que ver con el cabello y las uñas, resisten algo más, entonces al encoger la piel algo debido a su función paralizada, hacen que el cabello y uñas como digo, crezcan algo y eso se destaca y, como digo, esa impresión que detecté inmediata, se me quedó grabada y me creó un miedo insoportable.
En aquel nuevo orden mi hermana pasó a dormir con mi madre y claro yo me quedé solo en la habitación, pero al detectar ese terror que me dominaba, hicieron milagros para introducir mi cama, que era de las llamadas guardadas y me sirvió para sentirme algo más protegido. Mi madre idolatraba a su marido. Debió ser persona muy especial porque toda la vecindad y conocidos le tenían respeto y gran estima, acudían a él en solicitud de cualquier asunto en busca de su consejo.
Tenía empaque, señorío, elegancia, respeto por el prójimo, dialogante. A su mujer, mi madre, muy inferior a él en términos culturales, le instruyó con paciencia y amor, en todo tipo de actitudes y comportamientos. Mi madre agradeció mucho esa colaboración y puso tanto empeño en superarse que hasta le solicitaba le pusiera deberes y ejercicios, tal como hacía con nosotros, para aprender.
Él, con cariño y siempre en privado, corregía alguna conducta errónea que ella, en su ignorancia, pudiera manifestar...
(imagen. estampa de funerales)

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