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Mi bitácora. La nave en el mar de mi vida (XXXIII)

Mi bitácora. La nave en el mar de mi vida (XXXIII) ... anécdota curiosa es que al abuelo, en los destinos propios del ‘cuerpo’, al ser de caballería, él lo tenía que hacer en con su montura. Tuvo una temporal a Jaén y, a pesar de la distancia, así hizo la ruta. Ya hacia el año 28 y de ahí ya no volvió a tener traslados. El cuartel de destino, estaba situado en el barrio de Tetuán de las Victorias, hizo que vivieran en calles próximas a la conocida y principal de la zona, Bravo Murillo (por cierto, aprovechando diré que Bravo Murillo fue un político de mediados del siglo XIX que ocupó varias carteras ministeriales y en 1850, llegó a ser primer ministro, en una de esas ocupaciones fue el propulsor de canalizar el agua a Madrid proveniente del río Lozoya, río serrano de agua cristalina y de gran calidad, hoy en día ya esa agua es mínima parte de la que se utiliza en la ciudad al haber rebasado los límites de población idóneos para ese aporte acuífero), pues como decía, calles como Goiri, Carolinas. Mi tío, el mencionado Nazario, como varón (siempre los privilegios por ello) fue el que cursó algunos estudios en un colegio de frailes maristas. Las chicas, está claro, a trabajar para colaborar al sustento familiar, era mejor aprender un oficio y saber prepararse para ser una buena ama de casa, dote y aporte que la mujer debía llevar para una correcta función matrimonial, era el principal destino femenino. Mi madre entró de aprendiza en un taller de camisería; como toda aprendiza, su misión principal no era, precisamente, aprender el oficio, eran las encargadas de barrer, fregar y hacer los recados de las oficialas. Solo con interés adicional y curiosidad, poco a poco, iban aprendiendo algo. Como la vieron espabilada a la ‘maña’, así le llamaban por tener acento aragonés ya que de Aragón acababa de llegar, la fueron introduciendo en la profesión. Aprendió ha hacer ojales, prender y rematar puños y cuellos y sacando patrones hacía, en casa, camisas para su padre y hermano. Ganaba 1 real (25 céntimos) y cuando vio la oportunidad por el avance de conocimientos solicitó aumento o sino pensaría el seguir, ante ello la maestra, le subió el doble. En ello un joven alto, rubio, guapo le empezó a rondar. Ella, tímida, al principio detestaba que la asediara con las miradas pero, yo creo que en su interior se sentía halagada y Cupido empezaba a hacer de las suyas, y claro la flecha dio en la diana. Él la fue solicitando y, poco a poco, se fue fraguando la relación. Avanzó de cierta forma que un día, de sopetón, le espetó la próxima petición de mano. Lo estricto de la época hizo que mi ‘chiquitilla pero abigarrada’ reaccionara de forma negativa. El abuelo, bonachón y siempre mediador, era de otra ‘pasta moldeable’ (en su carácter, claro), concilió el encuentro y esa petición se llevó a cabo...
(lógicamente, esto proviene de las narraciones escuchadas en el entorno familiar)
(imagen. máquina de coser antigua)

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