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Mi bitácora. La nave en el mar de mi vida. (XXV)

Mi bitácora. La nave en el mar de mi vida. (XXV) ... otra peculiaridad en los viajes, era el asunto de compartir, en general, entre los ocupantes del departamento. Por educación, se saludaba nada mas entrar en el compartimiento, más o menos, pero poco a poco se iniciaban ciertas presentaciones y consultas del destino del viaje y el clásico ofrecimiento del estar a su disposición para lo que necesite o guste. Estas ofertas tenían su riesgo, porque en muchos casos se tomaban como simples cumplidos pero muchas veces había quien las tomaba al pie de la letra con un grado de desfachatez rayana en lo descarado. Pues bien como digo el compartir se refería tanto a los diálogos y conversaciones, como las vituallas reponedoras y necesarias para tan largos recorridos. Mi madre era el prototipo de la previsión. Un amplio maletín comprado al efecto o en su caso un bolsón colmado de diversos alimentos, empanados, rebozados, embutidos, tortillas, frutas, etc lo habitual de llevar hecho, alimentos modestos pero precisos y adecuados. Por el contrario de esta provisión estaba el ‘listo’ o ‘pícaro’, ese que iba con las manos en los bolsillos, como vulgarmente se dice y que aceptaba cualquier ofrecimiento, eso sí no a la primera, y además lo hacía claro ¡por no despreciar!. Como las paradas en las estaciones, que eran muchas, solían ser prolongadas, daba lugar a que desde los andenes o subiendo al mismo tren, te ofertaran productos propios de cada localidad. La venta no era demasiado productiva ya que los bolsillos estaban menesterosos.
La marcha del tren en aquella época, al viajero le podía parecer rápida, pero claro no era así y, con ello, te daba lugar a presencia el paisaje con detenimiento. Era casi como una clase práctica de geografía. Aprendías nombres de pueblos, ríos, etc.
En las estaciones había bullicio, alegría, la gente de los pueblos acudía a ellas como entretenimiento y curiosidad. En cada estación un gran reloj de esfera blanca y números y manillas en negro, remarcaba el retraso cada vez más amplio de ese tren llamado ‘rápido’, pero como el viajero carecía de referencia no podía observar la diferencia. La cantina, lugar lóbrego y, generalmente, sucio, era el centro de reunión de los que esperaban el turno de su tren o gente del pueblo que utilizaba ese bar como distracción. En esas paradas, había gente que bajaba a la cantina y adquiría una botella de gaseosa dulzona y caliente, impropia para calmar la sed.
Desde la ventanilla, asomado, parecías más importante que los que miraban al tren. Tu ibas embarcado en el testaferro y los de la estación eran meros espectadores...

(Imagen: Estación Francia - Barcelona)

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