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Mi bitácora. La nave en el mar de mi vida. (XXIV)

Mi bitácora. La nave en el mar de mi vida. (XXIV) ... en estos viajes, variopintos prototipos, desde el clásico gañán con su cesta de hortalizas o aves o animales de corral, hasta la modesta familia que, casi obligada, hacía algún desplazamiento, para ver a algún familiar próximo o solucionar algún tema en la capital. Éstos no eran viajes de placer, el turismo no existía, pero para no ser placer, daba esa sensación por la expresión de felicidad mostrada en los viajeros que según iba, lentamente el viaje, iban cambiando de coloración. Me explico, las máquinas de vapor, armatostes monstruosos de tamaño, calderas de agua, calentada por los fogoneros, a carbón. Este material iba en vagón situado detrás de la máquina, llamado tender el cual rebosaba de la negra piedra. Ésta en su incandescencia atizada por citados fogoneros, provocaba la vaporización del líquido elemento y este vapor activaba las válvulas que ponían en acción las bielas, avivando e impulsando la rotación de las ruedas, iniciándose el arrastre de los vagones. Bueno pues esta combustión expelía como resto una columna de negro humo que arrastrada por el viento a modo de cola de cometa recorría todo el tren, penetrando por las ventanillas y claro al contener partículas carboníferas se posaban por el rostro de los acalorados viajeros que al pasarse las manos por la cara poco a poco se iban tiznando, caricaturizando y ‘maquillando’ al receptor. Al final del viaje los rostros de los atribulados viajeros estaban ‘decorados’ con ese hollín en asimétricos dibujos. Eso sí, llegabas a casa y tenías, bueno el que lo tenía, la pileta de la cocina para poder, a duras penas asearte, frotándote con un jabón muy extendido por entonces ‘Lagarto’, nada de aromas, simplemente jabón y una vez restablecido y aclarado el semblante, pues todo olvidado...

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