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Mi bitácora. La nave en el mar de mi vida (IX)

Mi bitácora. La nave en el mar de mi vida (IX) ... Según cuentan, yo era muy bueno, muy tranquilo, tanto que un día hubo alarma, me buscaron por todos los rincones de la tétrica casa y yo resulta que estaba jugando con algún juguetillo, debajo de una mesa camilla y oculto por sus faldones, ajeno a la inquietud de los mayores.
Otra anécdota sobre aquella estancia es que un día mi madre al ir a mirar como iba la cocción de un guiso puesto en los fogones, pillo ‘in fraganti’ a una de las beodas caseras haciendo una catadura del mismo. Esto colmó el vaso de su paciencia y encontró la solución comprando un hornillo que funcionaba con petróleo, le hizo hueco en la habitación (casa para todo) y, a partir de entonces, cocinó allí, garantizando con ello la sanidad de nuestras modestas comidas.
Quizás lo mejor y único positivo de esa incómoda situación es que al no poder convivir con ninguna comodidad, ni libertad, mis padres en sus ratos libres, aprovechaban para salir a dar paseos por los alrededores de esa Barcelona clásica.
Saliendo a las Ramblas, ya digo próximas, si tomabas dirección sur, llegabas hasta la plaza de Colón, donde una alta estatua del navegante descubridor sobre estilizada columna hacía de antesala y vigía del gran puerto.
Pues iniciando la bajada hacia el puerto, en la zona derecha, se encontraba el selecto mercado de la Boquería, emblema del orden y buen hacer catalán hasta en la exhibición de los pocos productos que podían ofertar. Una limpieza a ultranza, empezando por los blancos delantales bordados de las mujeres que regentaban puestos. Había una calle llamada Conde del Asalto, que por lo que veo ahora en el plano ya no existe con ese nombre, ya se sabe, la nomenclatura del callejero cambia con las circunstancias de cualquier variación. En esa margen derecha otras calles como, Hospital, San Pablo, etc daban acceso a una zona peculiar de los puestos de mar, el ‘barrio chino’ no tanto como emblema de sus moradores asiáticos que, realmente, no los había, sino como sector dedicado a la prostitución, no consentida, pero tolerada y camuflada y además muy clásica en los puertos de mar, donde servía de negocio institucional para ‘alivio’ de marineros confinados varios meses en labores de altamar, tras largas singladuras, sin tocar tierra ni otra cosas. Allí en locales, mal encarados se aliviaban de su contenida y obligada represión y de paso ‘descargaban’ también sus bolsillos. Economía sumergida de tradición ancestral..
Colmados malolientes, en donde se servían comidas de baja calidad, meretrices maltrechas, ajadas, como idas, servían para el desfogue de esto ‘lobos de mar’. Yo era muy pequeño para estas disquisiciones, pero con el tiempo las intuí, repasando recuerdos de aquella etapa. Atravesando estas callejas se llegaba a zona de ‘puterío’ más selecto, el Parelelo, aquí locales de mayor tradición y ya luces de neón, anunciaba espectáculos de mayor calibre. Salas de Fiesta, espectáculos coloridos, vedettes, en una palabra, animación especial en aquella paupérrima España...
(imagen actualizada de la estatua de Colón)

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