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Mi bitácora. La nave en el mar de mi vida. (IV)

Mi bitácora. La nave en el mar de mi vida. (IV) Ese pisito de 38m2 estaba distribuido en un tipo salón-comedor, en aquella época, no sé porque, se estilaba el comedor, mesa, 6 sillas aparadores cuando, realmente, luego no se usaban y se comía en un rinconcito pequeño alrededor de una mesa camilla, redonda con faldones largos y un brasero en su interior que servía en épocas frías para mantener un calorcillo reanimante a las piernas, se salía de ese comedor a un pasillo que distribuía el resto de las piececitas, una cocinita con basares, para la cacharrería elemental de la cocina, un fogón con placas de hierro, desmontables en espiral, una carbonera baja donde se guardaba una mínima reserva de carbón para alimentar ese fogón, una pila de una especie de piedrecitas de diversos colores, que servía para todo, lo mismo se fregaban los cacharros que hacías el principal aseo de manos, cara y cuello. Continuaba un diminuto espacio alargado donde existía una taza de vater, y luego dos habitaciones, una mas pequeña y la denominada de matrimonio que tampoco era muy grande. Todos los sitios tenían una ventana que daban a dos patios estrechos diferentes. La oscuridad era grande ya que al ser un primer piso no llegaba bien la luz solar. Solo la habitación de matrimonio, mientras dio a un solar que salía a la calle Ferrocarril tenía algo de luz, esta se extinguió con los años cuando construyeron casa y garaje.
Debajo, en los locales comerciales, una desvencijada carpintería, en un espacio ínfimo, al otro lado un taller de calderería, este negocio era como un tormento para la vecindad de las dos casas, del 32 y 34, puesto que los talleres estaban en patios de vecindad y el ruido durante todo el día atormentaba. En el número 34, vivía mi tía, hermana de mi madre, era una casa que tenía como corredores interiores y esos daban a un patio donde estaban los talleres descritos. Mi tía, de nombre Esperanza, vivía con su marido y su hija Caridad. Estos familiares, prácticamente, han sido los únicos con los que siempre ha habido relación y quizás por la proximidad. Mi madre y su hermana eran inseparables, compartían su vida de amas de casa, sus paseos, en fin de todo. En la continuación de la calle había una fundición, se llamaba ‘Iglesias’, casi derruida por los bombardeos de la guerra y solo un guarda trataba de que nadie se internara entre las ruinas porque había peligrosidad, desde los techos con hojalatas colgando y proyectiles sin explotar. La cara izquierda de la calle era ocupada en toda su longitud por el lateral de la fachada de un cuartel de la Guardia Civil, zona donde había la única acera de la calle. Al final, el llamado rincón, tenía una puerta por la que se entraba a un picadero de caballos y la calle no tenía salida, ya que un vetusto horno de panadería cerraba el paso a la calle transversal, llamada Embajadores. De esta manera, la calle con tierra y sin tráfico, nos servía a los chiquillos para nuestros juegos, clásicos. De ello hablaré mas tarde, cuando llegue el momento oportuno. Mis padres residían en la letra F del primer piso de la escalera interior que mencioné. El alquiler de esos 38m2 habitables era de 50 pesetas en el año 35, precio demasiado caro, según las cuentas de la época, cuando fueron a residir. Mi padre sargento de la Guardia Civil, destinado en el mencionado cuartel de enfrente le convino esa residencia por cercanía. Con anterioridad, al casarse, habían vivido en la calle Ávila en el barrio de Cuatro Caminos, pero dado el destino, buscaron la proximidad, aquello era el norte y esto está en el sur.
Ahora describiré datos alrededor del nacimiento.

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